Es cierto, como alertan muchos, que la Ley interpretativa aprobada por el Senado de la República sobre la caducidad punitiva del Estado ante los delitos de lesa humanidad, “ha puesto al borde del estallido al conjunto de la izquierda”; pero eso es el efecto de movimientos oportunistas, erráticos y comprometidos con causas ajenas a la justicia. Justicia a la cual Mujica ha calificado como un acto irracional vengativo, desconociendo el noble propósito de un término apañado por la Ley y el Estado de Derecho Republicano (al cual el propio Mujica dice adherir). Desafortunadamente, el Presidente de la República afirma (a media lengua y con la ambigüedad que lo caracteriza) que detrás de la causa de los familiares de desaparecidos existe la “venganza” y el “rencor”, en una actitud desgraciada que convierte a los victimarios en víctimas. Y no se trata (como dijo el día 20 de mayo en la ciudad de Colonia) de “que tenemos una deuda con los huesos de los familiares.” La deuda es con la propia Justicia.
Tomando unas observaciones de Marcelo Jelen, en 1989 se fue a referéndum porque no había otra posibilidad. La situación en octubre de 2010 fue muy distinta: en el parlamento no hubo votos suficientes al comienzo de la presidencia de Tabaré Vázquez para aprobar la ley interpretativa. Uno de los argumentos que usó el MPP para no votar la ley interpretativa en 2005 y 2006 fue que la ciudadanía ya se había pronunciado en 1989. Pero el hecho de que sean refrendadas no convierte a las leyes en leyes intocables. Los referéndums sobre temas de derechos humanos son medios, no fines. Si fueran fines servirían para legitimar la conculcación de derechos y establecer –por ejemplo- la esclavitud, la pena de muerte o la baja en la edad de imputabilidad. Si la dictadura hubiese triunfado en el plebiscito del ´80 eso no nos inhabilitaba parta continuar combatiéndola, a ella y a su constitución. El plebiscito fue un medio para intentar sacárnosla de arriba. Si ello no hubiese funcionado hubiéramos seguido intentándolo hasta la completa restitución de nuestros derechos. Por lo tanto, no se trata de “decidir por los derechos humanos o por un instrumento democrático” (este es un tema para analizarlo a la luz de la filosofía política).
Lo paradójico del caso es que muy al final del proceso de recolección de firmas, el entonces candidato José Mujica firmó la papeleta, contradiciéndose (todos recordarán cuando, en un acto de rabieta dijo: “Basta, estoy podrido de ir a los juzgados. Me cansaron: yo firmo”). Esa actitud y sus pasos posteriores como presidente permiten sospechar que lo hizo por cálculo electoralista. Después de la obligada puesta en escena con camarógrafos y demás, no dijo una sola palabra para alentar el voto rosado en la campaña electoral y hubo sectores (MPP sobre todo) que no ensobraron la papeleta correspondiente (más allá de las piruetas argumentativas de la senadora Lucía Topolansky). Acá hubo una cadena de engaños, marchas y contramarchas, cuyos últimos responsables son figuras de la actual administración. Allí parece "el ñato" Huidobro, el penúltimo fusible (o chivo expiatorio) de una cultura hipócrita e irresponsable. Pero el asunto es que después de haber entrado en votaciones de asuntos de justicia y luego de haber pedido las firmas y los votos a la ciudadanía, ahora es complicado recordar que algunos temas no se deciden…en las urnas.
Son muy diferentes los plebiscitos y los referendos constitucionales. Los legisladores blancos y colorados afirman que "ni los milicos dejaron de respetar el resultado de las urnas". El argumento, si no fuera algo tan dramático, sería para reírse. La coherencia indica que no se puede comparar un referéndum por la derogación de una ley, un plebiscito constitucional y la votación de una ley en el parlamento. Sin embargo, revisar los procedimientos equívocos en torno a las dos convocatorias plebiscitarias, solo llevaría a una flagelación inconducente y a una discusión bizantina, aunque bien es cierto, como se señala, que “estamos en un callejón sin salida aparente”. ¿Y por qué razón llegamos a este punto? Habría que preguntarles a no pocos actuales integrantes del Frente Amplio, quienes han hecho de la política una continuidad de intereses personales, corrupción y filosofías baratas.
Mujica puede renunciar a su derecho de ver condenados a sus torturadores y celadores, y le asiste el legítimo derecho de hacerse cargo de su propia “mochila”, como ha señalado en más de una oportunidad. Sin embargo esa mochila es intransferible y no es intercambiable con el dolor de las madres que quieren que el Estado de Derecho (obsérvese el uso del vocablo en las dos ocasiones) arroje luz sobre la memoria de sus hijos salvajemente torturados.
Muchos compañeros dicen que “se debe restituir a la justicia sus poderes plenos y que todos volvamos a ser iguales ante la ley, pues los derechos humanos son irrenunciables”. No es sencillo lograr eso con una izquierda que ya no es un sujeto que decide, sino una mera alternativa electoral, como expresa Sandino Núñez. Antes, no se podía ser de izquierda sin ser, en cierto modo, un crítico del modo de producción capitalista. No era posible ser de izquierda sin plantearse el capitalismo como problema, y, en definitiva, sin plantearse la economía (para ponerlo en lenguaje de Hegel). La izquierda ya no es la clave crítica que permite organizar la tradición política del Occidente republicano moderno, sino que es una tradición más, entre otras. Ya no es un lenguaje, apenas una voz.
La decadencia subjetiva del ser de izquierda había empezado discretamente con el dolce stil novo de su discurso post-socialismo real: sensibilización frente a una idea fetichista de la democracia, al seudo respeto horizontalista por las diferencias y las singularidades (licuando así la interzona de conflicto y eliminando la dialéctica). A eso se le debe sumar el terror generalizado al “despotismo ilustrado”; una gran desconfianza por la universalidad, la academia (el pisoteo del MPP a ésta ha sido más que ostensible), la subjetividad, lo trascendental y todo eso que podríamos caracterizar como la tecnología universalista de la política occidental.
Contínúa Sandino Núñez: “La izquierda como el último vehículo del capitalismo es un lujo que se permite un capitalismo global sin política que había comenzado mucho antes. El capitalismo sin política no es solamente la fórmula neoliberal de un capitalismo desregulado de mercado, sino un capitalismo triunfante sin izquierdas y sin derechas, sin ideologías, sin lenguaje, sin símbolos. Un sistema puro. (Mujica es un pragmático político que suele fundamentar su posición actual diciendo que “Lo mejor que nos puede pasar como Nación es el capitalismo” –sic-). El capitalismo sin política fue la gran derrota de la izquierda en todos los frentes. Tentada hoy por el cuidado de la economía y la corrección política, la laxitud de esta nueva izquierda "realista", pragmática o correcta, fue totalmente incapaz de enfrentar el proceso exponencial del capitalismo de mercado y consumo”. Los mismos que nos encomendaban pintar los muros de la ciudad y salir de pegatina o de acogernos en una engañosa mesa de trabajo de insumos para el programa (doy fe de ello), son los mismos que dicen que para crecer hay que hacerlo sólo hacia “el costado positivo del capitalismo” (sic).
¿Cuál es el mecanismo utilizado? El miedo. “El miedo es el mensaje”, dice Núñez refiriéndose a la coartada simbólica con el propósito de desalentar la circulación de sentido. Desde el cuco a los “adolescentes asesinos”, pasando por “si se exige demasiado a los patrones se puede matar a la gallina de los huevos de oro” o “se pueden espantar a los inversores extranjeros” hasta “el rencor de un pasado que impedirá que la izquierda gane las próximas elecciones”, todo el discurso de la clase política esta subido en el chasis del miedo (recordemos a Sanguinetti, o Batlle). Y no necesariamente es el miedo al “otro” (al menor infractor, al militar amenazante, a un Lacalle que puede vencer en los próximos comicios, etc.); es el miedo a perder los privilegios de un sistema fundado en la soberbia, en la imposición de una “mochila” ajena, en pactos secretos a espalda del pueblo y en la mera circulación de bienes materiales como promesa del paraíso perdido.
El capitalismo, por lo tanto, ya se comió a la izquierda en dos panes.
Por eso, poco importa que el conjunto de anécdotas circunstanciales en derredor de este miserable resultado (si Semproni es un traidor, o si Mujica es un payaso funcional al sistema, o si Huidobro es un perfecto cretino) indiquen un “retroceso en el tema de los Desaparecidos”. Este tema es solamente uno de los síntomas de un derrumbe que viene acaeciendo desde hace mucho tiempo.
Mientras unos cuantos frenteamplistas (una cuantía obscena) compran tornillos más grandes para ajustar su banca y pagar su Hyundai al final del período, yo seguiré creyendo en la ley, la verdad, la justicia, y la política con mayúsculas (πολιτικος, aquello que inventaron los griegos hace tanto tiempo).
La "izquierda" ya me arrebató muchas cosas; entre ellas la fe. Solo me resta pelear para que no me quite los valores anteriormente mencionados.
Y aunque sea harina de otro costal (por lo poco que -cuantitativamente- importa); una última cosa: desde hace algunos meses ya no soy más frenteamplista de este “Frente Amplio”.
Oscar Larroca
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